Bien sabemos que en las democracias liberales, uno de los momentos más significativos en términos de participación ciudadana se refiere a las elecciones y, en el caso de los países presidencialistas, a la elección de la cabeza del Ejecutivo. En este sentido, y si bien lo que conocíamos como normalidad viene mutando desde hace más de un año, permanecen varios aspectos remanentes de tal anhelado pasado, entre ellos, los procesos electorales. El pasado domingo 11 de abril fue una prueba de ello, cuando Perú y Ecuador celebraron elecciones a nivel nacional (escenario que se repetirá en los próximos meses en Chile, Argentina, Nicaragua y Honduras). La República Fragmentada del Perú Como hemos indicado previamente aquí (https://politeuma.weebly.com/relaciones-internacionales/la-situacion-en-peru), las últimas elecciones presidenciales en el país se habían llevado a cabo en el 2016. Sin embargo, 4 mandatarios distintos ocuparon el cargo durante estos años, lo que desató una grave crisis política y desenterró un profundo escepticismo social (agravado por el terrible desempeño sanitario durante la pandemia). Esta complicada situación viene tejiéndose desde hace décadas: se trata del país latinoamericano con más Presidentes presos; gran parte de los miembros del Congreso están bajo investigación; a ello se le suma un sistema de contrapesos que, si bien es esencial para sostener la división de poderes propia de una república, pone en juego la estabilidad gubernamental, es decir, para el Poder Legislativo es sumamente sencillo poner en marcha (y concretar) una destitución presidencial. De este modo, las pasadas elecciones fueron un mero reflejo de algo que se venía anunciando: el extremado fraccionamiento de su sistema de partidos (previamente confirmado por la heterogénea composición de su Congreso) obstaculizó la consecución de un resultado final, por lo que el ballotage es inevitable. El número de candidatos a Presidente era de 18, y su distribución en el espectro político era diversa. Aun así, 6 son los candidatos principales: Yonhy Lescano (de Acción Popular y de derecha), Keiko Fujimori (líder del partido Fuerza Popular), Pedro Castillo (candidato por Perú Libre, de extrema izquierda pero conservador en temas como el aborto y el matrimonio igualitario), Verónika Mendoza (postulante progresista de Juntos por el Perú), el neoliberal Hernando de Soto (candidato de Avanza País) y Rafael López Aliaga (representando a Renovación Popular y a la extrema derecha). Todos ellos, desde su posición, sostuvieron discursos anti establishment, o al menos parcialmente, apuntando contra la política o la economía, según se trate de un outsider o de un ex funcionario público. Así y todo, se estima que quienes llegarán a la segunda vuelta serán la hija de Alberto Fujimori, el condenado autócrata ex Presidente, con quien no sólo comparte el interés por la política, sino también el estar acusada por corrupción; y en el otro extremo, se impone el líder sindical Castillo, por unos pocos puntos porcentuales. Este panorama recrudece la brecha ideológica en base a la cual tendrá que decidirse el pueblo peruano el siguiente 6 de junio. En adición a esto, las elecciones legislativas también son desalentadoras en términos de estabilidad: el Congreso unicameral cuenta con 130 bancas, y el conteo previsional indica una composición diversificada y polarizada, por lo que todo apunta a que la coordinación entre las diversas fuerzas políticas sea altamente dificultosa. La supervivencia del nuevo Presidente podría verse hackeada, pero, como contraparte, el Ejecutivo cuenta con una herramienta constitucional (también desequilibrante): si se le niegan 2 mociones de confianza, puede disolver el Congreso. En Ecuador la tercera es la vencida Más al norte, donde se celebró una segunda vuelta entre Andrés Arauz y Guillermo Lasso, la situación política tampoco da tregua. La clase política ecuatoriana no goza de muy buena salud, sometida al descontento y desafección social. En primer lugar, la economía del país petrolero se encuentra desfavorecida desde el comienzo de la pandemia por el bajo precio que sostenía el crudo, aunque en 2019 el panorama no era mejor: el crecimiento económico había sido del 0,1%. A ello hay que sumarle que un tercio de su población está sumida en la pobreza, y casi medio millón está desempleada. En segundo lugar, la izquierda ecuatoriana viene sufriendo años de debacle. Su principal exponente, Rafael Correa, fue electo presidente en el 2006, manteniéndose como tal entre enero de 2007 y mayo de 2017 (con reforma constitucional de por medio). Fue sucedido por el actual Jefe del Ejecutivo, Lenín Moreno, delfín de Correa y su Vicepresidente entre 2007 y 2013. Sin embargo, lo que parecía darse como una continuidad del correísmo, desembocó en un divorcio político. Este tuvo su punto culmine en 2019, debido a las medidas económicas adoptadas por el gobierno: el infame plan de austeridad puesto en marcha en el marco del recibimiento de créditos por parte del FMI desató un clima de agitación social. Rápidamente, Correa se manifestó a favor de las protestas y llamó a Moreno a renunciar. A esta ruptura se le sumaría la lucha contra la corrupción, que comenzó en el 2018, como recurso para despegarse de una gestión de la que él también formó parte. A finales de 2020 se trataría la aprobación de la Ley Anticorrupción, apuntando tanto al sector público como al privado, lo que se adhiere a la sentencia a 8 años de prisión otorgada a Correa (residente en Bélgica) en abril de ese mismo año por corrupción (perdiendo también la posibilidad de postularse a elecciones). Así llegamos a abril del 2021. Aunque el resultado era ajustado, las últimas encuestas daban como ganador a Andrés Arauz, el candidato correísta por la alianza Unión por la Esperanza (UNES), que se había posicionado primero en las elecciones de febrero, pero sin poder catapultarse directamente al Palacio de Carondelet. Finalmente, y con un porcentaje de alrededor del 16% de votos nulos y en blanco, la realidad fue otra: el conservador ex banquero y empresario Guillermo Lasso, candidato del Movimiento Político Creando Oportunidades (CREO) y aspirante a la presidencia por tercera vez, lograba hacerse con el cargo. En esta apuesta, la población indígena interpretaba un papel decisivo. Sin embargo, al interior de la misma tampoco había acuerdo. Por un lado, el candidato por Pachakutik, Yaku Pérez, luego de denunciar fraude electoral en febrero cuando quedó tercero por unos pocos votos, llamó al voto nulo. No obstante, quien fuera su compañera de fórmula, Virna Cedeño, declaró que votaba por Lasso como forma de oponerse al socialismo correísta. Por ello fue expulsada del movimiento, al igual que el presidente de la Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Jaime Vargas, ya que manifestó su apoyo a Arauz. Así, esta izquierda dividida contribuyó al debilitamiento de UNES. De este modo, y como en las urnas, a Lasso le espera un país dividido, sanitariamente devastado, una Asamblea Nacional opositora, a la vez que tendrá que pensar cómo coordinar y contentar a su arco diverso de votantes, cuyo factor de comunión es la “descorreización” del país. Por su parte, la economía tampoco será fácil de domar, pero tal vez la ciudadanía vio en su perfil de empresario y outsider una posible esperanza resolutiva. En Argentina, por ejemplo, Mauricio Macri no fue garantía de ello, mas será el tiempo el que indique si en Ecuador se reeditará tal situación. Redactado por Dolores Dominguez.
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