La hipótesis de Sapir-Whorf La hipótesis más conocida que relaciona el conocimiento y el lenguaje es la hipótesis de Sapir-Whorf. La hipótesis deriva de los escritos de Benjamin Whorf, que atribuye parte de ella a su maestro, Edward Sapir. Esta hipótesis declara una condicionalidad o dependencia de los pensamientos dada por el idioma, es decir, dependiendo del idioma que hable una persona, tendrá una vista diferente del mundo con respecto a otra que hable otro idioma. Cuanta mayor sea la diferencia entre dos idiomas, mayor será la diferencia de perspectivas de sus hablantes. Esta hipótesis tiene dos ramas, una más apoyada durante los años 40 y otra que está volviendo a cobrar importancia estos días: La primera es la hipótesis del determinismo lingüístico. Conforme a esta hipótesis el lenguaje determina la cognición, es decir, el conocimiento que se obtiene. Además, según esta tesis, el lenguaje no es reflejo de sensaciones sino el instrumento principal, incluso único, de su organización y de su compartición. “Nosotros discernimos la naturaleza” (Whorf) La segunda y más actual es la hipótesis del relativismo lingüístico. Lo que diferencia a esta tesis de la anterior es que según esta hipótesis el lenguaje no determina, sino que influye en el pensamiento. Afirma que el vocabulario utilizado puede tener unos efectos sobre la categorización, la comunicación o la memorización y ejerce, por esto mismo, una cierta influencia sobre el pensamiento. ¿Existen generalidades que recojan a todas las lenguas? ¿Si las hubiese, afectarían a la hora de adquirir conocimiento? Aquí es donde entra Noam Chomsky, lingüista y filósofo estadounidense, profesor del MIT, con su teoría de la gramática universal. La gramática universal es el conjunto de principios, reglas y condiciones que comparten todas las lenguas. Según esta teoría, el aprendizaje de otro idioma es posible debido a una gramática universal, una propiedad innata y propia del ser humano. Aprender una lengua consiste en aprender a aplicar los principios universales y parámetros de la gramática universal.[1] Al tratar de relacionar esta teoría con la hipótesis de Sapir-Whorf, quedaría una incoherencia pues, si el lenguaje afecta en nuestro pensamiento y en nuestra forma de conocer, pero los idiomas tienen un conjunto de reglas en común, el lenguaje no podría determinar la cognición sino solamente influirla pues siempre habría similitudes con el resto de lenguas por lo que no determinaría totalmente el conocimiento al no diferenciarse del resto. Existen también argumentos que apoyan el pensamiento averbal, propios de las investigaciones de Steven Pinker. “Todos tenemos esa experiencia de empezar a decir o escribir una frase, y de detenernos al darnos cuenta de que eso no era exactamente lo que quisiéramos decir. Para que nosotros sintamos esa sensación, es necesario que ahí haya un “querer decir” que sea diferente de lo dicho. [...] Si los pensamientos dependiesen de palabras, ¿cómo se podría crear una nueva palabra?”.[2] Este tipo de pensamiento conceptual es propio de artistas que, en momentos de inspiración, piensan con imágenes y no con palabras. Relacionando el conocimiento sensorial con el lenguaje se han hecho diversos estudios, la mayoría tratando con los colores, un ejemplo son los Dani de Nueva-Guinea, en cuya lengua la sola presencia de dos descriptores de colores (equivalentes del «negro» y «blanco» en nuestra lengua) no impedía a los hablantes percibir el mismo número de colores que los blancos de América del Norte.[3] Estos argumentos desmontan la hipótesis radical del determinismo lingüístico, incluso Shakespeare dejó su opinión acerca de esto: “What’s in a name? That wich we call a rose By any other word would smell as sweet” (Romeo y Julieta, Acto II, Escena 2) Sin embargo, la hipótesis del relativismo lingüístico sí que tiene más sentido, como se ha visto en diferentes ejemplos, existe cierta influencia del lenguaje en el conocimiento o al menos en la prioridad o enfoque que se da al conocimiento en una lengua o a otra. Tal como explica Sapir, el ver caer una piedra puede ser analizado de formas muy distintas dependiendo del sistema lingüístico que vayamos a emplear para su descripción. Un hablante de chipewa deberá prestar atención al carácter animado/inanimado del objeto que cae. Por otra parte, un hablante de kwakiutl tendrá que fijarse en si la piedra es vista o no por la persona que habla y tendrá que reflejar en la lengua el grado de cercanía de la persona que habla.[4] O como en la comunidad Kuuk Thaayorre, localizada en el Cabo York (Australia) cuyos miembros se basan en los puntos cardinales para indicar posiciones en vez de usar palabras como “izquierda” o “derecha”.[5] Esto evoluciona en una gran capacidad de orientación, debido a que están en todo momento al corriente de la dirección de los puntos cardinales puesto que su lengua lo requiere. Sin embargo, este tipo de diferencias no solo ocurren con idiomas aborígenes sino también con idiomas más comunes como con el inglés y el ruso. Para el color azul en inglés, en ruso se debe diferenciar entre dos, goluboy y siniy.[6] Esto nos dejaría con la posibilidad de que las lenguas sí que influyan en el conocimiento, pero nunca de una manera en la que sea totalmente determinado por estas. Redactado por Carlos Sánchez-Pobre. [1] Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, 1997-2020 [consulta: 1 de abril de 2020]. Disponible en: https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/gramuniversal.htm
[2] PINKER, Steven 1999, L’instinct du langage. París, Odile Jacob. Pag. 55-56. [3] E. R. Heider, Universal in color naming and memory, Journal of Experimental Psycology, 1972, 93, p.10-20. [4] SAPIR E., “The grammarian and his language”, American Mercury 1, pag. 158. [5] MAJID, A., BOWERMAN, M., KITA, S., HAUN, D. "Can language restructure cognition? The case for space." Trends in Cognitive Sciences, B. M., & Levinson, S. C. (2004). 8(3), 108-114. [6] WINAWER, J., WITTHOFT, N., FRANK, M., WU, L., WADE, A., and BORODITSKY, L. "Russian blues reveal effects of language on color discrimination." Proceedings of the National Academy of Sciences, 2007. doi:10.1073/pnas.0701644104
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