2020 está siendo un año de sorpresas para bien o para mal. En el mundo del cine el director coreano Bong Joon-ho sacudió los Premios Oscar con su filme Parásitos llevándose 4 estatuillas entre las que se incluía la de mejor película. Aproximadamente un mes después, comenzaron en España las medidas de confinamiento contra la pandemia de COVID-19. Esta sorpresa, de carácter mucho más negativa que el triunfo de la película coreana, también ha hecho tambalearse en su caso, la sociedad y su modelo productivo, o por lo menos ponerlo en cuestionamiento. Estos días de encierro y agobio en los que hemos visto a artistas tener impulsos creativos, así como verdaderos exposiciones de decoración interior, se han escuchado muchas opiniones de un carácter optimista casi bobo sobre volver a valorar lo importante, o que esta pandemia ha sido “una verdadera bendición”. Ante estas posiciones, Parásitos nos demuestra ser la absoluta merecedora de su premio Óscar. La lluvia que fuerza a cancelar la acampada del hijo pequeño de los Park, y que arreció sobre la casa mientras dentro acontecía una verdadera lucha por el control de esta, también inundó el semisótano de los Kim, ahogando todos sus sueños. El plan había fallado, y como representa la piedra erudita que termina manchada de sangre, el ascensor social no existe, la piedra no trajo buena suerte en ningún caso y en plena inundación la vemos flotar como si estuviera hueca, lo que puede dejar entrever una potencial falsificación. El peligro de que la sociedad occidental se parezca a esa ama de casa, inocente e ingenua, que sin mala intención viva una vida ignorante y plagada de lujo a costa de la miseria de los demás es inminente. Esta actitud es igual de peligrosa o más que la de una vileza evidente, pues quién crea que haga el bien justificará sus actos, aunque sea desde la falta de conocimiento, y en ningún caso hay que confundir las buenas intenciones con no haber conocido el dolor. Como dice la madre de la familia Kim, “es buena porque es rica, los ricos pueden permitírselo”.[i] Siguiendo con esto, hay que alertar sobre esta perspectiva positiva hacia el confinamiento desde posiciones ecologistas. No, el problema no somos los humanos, no, no somos el virus. El problema es y viene siendo una economía depredadora que se ha basado en una productividad y consumo desbocado, que no respeta el ecosistema ni es capaz de reciclar u obtener energía sin emitir residuos y generar impactos. El confinamiento ha reducido niveles de contaminación, pero lo ha hecho en tanto ha forzado a reducir el ritmo de nuestra economía (etimológicamente, la administración de la casa). Desde Politeia abogamos por una economía del decrecimiento. La situación para muchas personas no ha sido de gran producción literaria o musical tristemente. Familias que han perdido a cercanos, que han perdido sustento económico, en una situación de terror e incertidumbre, trabajadores en horarios espantosos de teletrabajo o viéndose a realizar tareas imprescindibles (o no, como los repartidores a domicilio), estudiantes estresados, personas con depresión o autismo desde luego que no han disfrutado un confinamiento totalmente necesario, aunque un sector político no lo quiera admitir, y no reconocerlo solo favorece al pequeño porcentaje de personas que han sentido una absoluta seguridad estos días y a los cuales solo pueden representar protestas en el barrio de Salamanca sin mantener una distancia de seguridad. En este estado, cuidémonos de ser cómplices con el pánico, no contribuyamos a construir desde las ventanas de nuestros edificios un panóptico social como describía Foucault[ii]. Aún así estos meses se ha escuchado una retórica aún más peligrosa en mi opinión, los relatos heroicos casi bélicos sobre la lucha contra la COVID-19. Nuestros sanitarios han realizado una labor indispensable e increíble dejándose la piel y su propia salud para asimilar a todos los infectados de Coronavirus, pero precisamente la peor forma de reconocerlo es con este tipo de narrativas. Han hecho lo que tenían que hacer, no son superhéroes o soldados en el frente, son trabajadores de un sistema sanitario que en muchos casos no estaba preparado para esta enfermedad y/o había sufrido recortes y desmantelamiento. Convertirles en soldados es volverles sacrificables, y convertirles en héroes es fetichizarlos. Lo que diferencia a un héroe contemporáneo de las personas normales, es que el héroe (en muchos casos con poderes y traje de colores) hace lo que sea necesario y se entrega totalmente, y si bien esto es lo que ha hecho nuestro personal sanitario, no ha sido una decisión, no ha quedado más remedio. No considerarles héroes no es despreciar su trabajo, al contrario, es poner el foco en un sistema de salud y unos servicios sociales que jamás hubo que recortar y desmantelar en aras de la privatización o de la productividad. La mejor forma de mostrar respeto es admitir el compromiso ético con lo público que se ha visto en estos oscuros días[iii]. Pero hay que dar un paso más, no basta con mostrar respeto, este compromiso debe ser recíproco y se debe luchar como lucharon las mareas verde y blanca en su momento. - Andrea: Desgraciado el país que no tiene héroes. - Galileo: No, desgraciado el país que los necesita. [iv] Redactado por Juan Ramos. [i] Bong Joon Ho, Gisaengchung, Comedy, Drama, Thriller (Barunson E&A, CJ E&M Film Financing & Investment Entertainment & Comics, CJ Entertainment, 2019).
[ii] Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión (Siglo XXI Editores México, 2014). [iii] Miguel Lorente, «No somos héroes ni heroínas», Huffington Post, 12 de abril de 2020, sec. Política,https://www.huffingtonpost.es/entry/no-somos-heroes-ni heroinas_es_5e9256b0c5b6f7b1ea82dc48. [iv] Bertolt Brecht, Vida de Galileo. Madre Coraje y sus hijos: trad. Miguel Sáenz, Edición: edición (Madrid: Alianza Editorial, 2012).
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