Esta será la última noche de mi vida, por lo que expresaré toda la verdad sin disfraz alguno. Afamados jueces cavan mi tumba mientras escribo estas líneas. —Arrepiéntete. Confiesa- me aconsejó el guardia que me traía la que debía ser, si la providencia no lo remedia, mi última cena junto con este pedazo de papel. fiambre y algo de pan dulce. Habré de consolarme pensando que por lo menos tampoco necesitaré tener muchas fuerzas para cuando los guardias me arrastren ante la Revolución. Dicen que se me imputa numerosos crímenes, entre los cuales, los más divertidos son: la falta de talento y gusto, la ignorancia supina para la crítica social y la falta de complejidad para entender las metáforas visuales. Todo parecería la más obscena de la nimiedades, pero bajo la luna que veo a través de los barrotes de mi sucia habitación, hace ya algún tiempo la Revolución, que decía iba a liberarnos del mal gusto clasicista, del complejo barroco figurativo y demás elementos diseñados para la opresión de los hombres y aún más grave, de las mujeres, llegó con toda su fuerza. Y cuando vieron como bostezaba ante la obra de Wilfredo Prieto al no comprender el viaje vital del artista que le llevé a elaborar una maestría, según dicen, su “Vaso de agua medio lleno” , no tuvieron, o eso aseguran, otro remedio encerrarme. Pues, al fin y al cabo mi ignorancia parece suponer un peligro hacia alguien más que para mí mismo. Así, fui declarado culpable, en un proceso justo, y esto debo reconocerlo. Primero, me expusieron una recreación de “Comedian” de Cattelan y al ver mi reacción de indiferencia ante el plátano, más bien pasado, y aún más grave ante el celofán que lo sostenía, no tuvieron dudas. No obstante, me ofrecieron la oportunidad de salvarme si reconocía al inventor de los círculos de colores como tal, pero, mi obstinada cabezonería me volvió a jugar una mala pasada, y no se me ocurrió otra cosa que decir, cuál grito de libertad, que los puntos de colores los había inventado mi prima andaluza cuando se emborrachó en la Feria. Por lo que también se imputaron los delitos de tradicionalista, de alabar el comportamiento obsceno y además de blasfemar a un dios de los artistas. Tal y como están las cosas, parece que no voy a tener demasiadas oportunidades por lo que haré caso a ese un guardia y escribiré mi confesión. Por la presente y en la totalidad de las facultades que aún se me puedan atribuir, afirmo: Mi absoluta incapacidad para comprender la composición de Malévich y de tantos otros que vinieron después. No por ignorancia absoluta, como se ha dicho, pues mi intelecto puede comprender las intrincadas composiciones del Greco y deleitarse con el baile de sus figuras alargadas en las tres o cuatro estructuras que vertebran su obra, absolutamente incapaz de comprender qué tienen de valor los aleatorios trazos de óleo blanco que se ven a lo largo y ancho de la tela para terminar sin mostrar nada, o quizás, y en esto dicen que radica la clave de la obra reproduciendo un argumento basado en un juego lingüístico propia de las primeras paradojas que enseñan en primaria, el todo. Mi falta de gusto por un puñado de caramelos de lanzados en el suelo y valorados por su peso en oro. Dicen, los que me acusan, de que eso se debe, a que mi niño interior carece de la sensibilidad infantil por el deleite necesario para comprender la obra. Yo bramó contra el cielo de que eso no es una composición artística es tan solo un puñado de caramelos y como tal deberían ser valorado. El mayor sacrilegio al sudor y al esfuerzo honesto que parecido, ha sido ver cómo mis delatores se deleitaban en metáforas marxistas ante una grotesca pieza, que decía vender, a precio de diamante valga añadir, una crítica al sistema de clases. ¿Cómo lo hacía? se preguntarán, tirando cascos de obra sobre un tapete negro debajo de algunos focos, lo que no entiendo es si tienen demasiado gusto a la pureza o les da fobia el polvo, porque esos cascos estaban demasiado limpios como para ver si lo utilizaron verdaderamente por obreros. Ví a esa red social proferir elevadas críticas a su propio modo de vida, en una hipócrita escena, al tiempo que marginan y vejan a todos aquellos que osamos suspirar tal desvarío. Que decir de los où je trouve o la representación de otros estos objetos expuestos torpemente para no decir nada, que obligan a esa corte que hoy me apresa inventar fantásticas historias de la conexión personal que sienten con aquel palo de escoba con el que se les azotaba sus niñeras, o sobre por la inspiración que sobrevino para el artista empotrar una silla contra una pared y como eso habla de la ira, del tesón y del todo. Por no hablar, de los cuadros de crítica política. Polémicas vacías, poco sutiles y escasamente trabajadas contra dictadores o presidentes diseñadas milimétricamente para captar la atención de los periódicos y promover los murmullos durante escasos segundos antes de perderse para siempre en la neblina del olvido. Todo esto me supera. Me hiela los huesos, lo reconozco. Por consiguiente me declaro culpable de todos mis crímenes, incluso de los que nunca me fueron imputados pero que se deducen de estas líneas pues, prefiero ser culpable y libre que seguir los gustos de estos lores como siervo. Algún día la razón llegará. Los artistas se desharán de los complejos y de sus inefables críticas, y simplemente crearán arte. Ese día, incluso los miembros simples y sencillos de la sociedad comprenderemos el engaño al que nos tenían sometidos. Despertaremos del letargo y cuando otros afamados galeristas y críticos defiendan las obras estúpidas en las que han tenido la mala idea de invertir con las sepulcrales frase de: “tú no comprendes”, “no estás lo suficientemente preparado para entender esta pieza” tendremos el coraje de señalarles como vendehumos y decir sin temor a repulsa que el emperador siempre iba desnudo. Un condenado libre. Redactado por Sergio Pedroviejo.
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