A primera vista, lo que entendemos por los tres términos parece estar estrechamente relacionado, tanto teóricamente como a la hora de su materialización, si es que esta es posible. La estrecha relación que se ha ido forjando, principalmente en el continente europeo, desde la Edad Moderna, entre dichos conceptos es un hilo conductor que urde la concomitancia entre ellos, a la que hay que acercarse desde una perspectiva histórica, pero, sin duda, con carácter político, social y filosófico. Un viejo conocido de la sociología, Eugen Weber, ya traía a escena esta relación al tratar los límites de la comunidad política. En su estudio “De campesinos a franceses”, Weber defiende que, un siglo después de la Revolución, existían aún millones de franceses que desconocían que eran ciudadanos de una nación. Muchos de ellos ni siquiera hablaban francés ni coincidían culturalmente con la Francia parisina. La industrialización, las carreteras, los trenes, el servicio militar y la escuela obligatoria convirtieron a aquellos campesinos occitanos, bretones, normandos, provenzanos o borgoñeses en franceses. Porque es verdad que las naciones no vienen de París, pero París, es decir, la fuerza principal del Estado, ayuda. [I] Desde el estallido de la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII, desde la ruptura de la sociedad estamental propia del Antiguo Régimen, Europa cambia de forma radical. El nacimiento de las naciones (valga la redundancia) tiene lugar en el culmen de la modernidad del Estado, en su centralización, cuando se rompe, como apuntaba Benedict Anderson en su obra “Comunidades imaginadas”, el valor del latín como lengua elitista y universal, dando paso a las diferentes lenguas locales, nacionales, a tomar el lugar del idioma de Estado. En este punto de cambio de mentalidad de las sociedades europeas encontramos una naciente corriente artística, política y social novedosa, tutelada por las clases burguesas: el Romanticismo. Todo este nuevo movimiento, que abarcaba la mayoría de los sectores de la sociedad apelaba constantemente al pasado nacional, a la reivindicación de un pueblo y un territorio, al pasado cultural, por lo tanto, a la patria. La comunidad, que hasta entonces se había identificado mediante la sociedad estamental y la religión (relaciones de vasallaje, servidumbre, misma fe, etc.), encontró en este tiempo un nuevo vínculo nacional que les unía, algo en lo que creer, algo por lo que luchar. Esto implica muchas cosas. En primer lugar, parece determinar una necesidad fisiológica del individuo que le abduce a creer en algo, un sustituto racional de Dios (llegando a quedar éste en segundo plano en ciertos casos), creando así un nuevo sentimiento de vasallaje ciudadano, un contrato de dependencia con la nación, como el que existía anteriormente con Dios o el rey que lo representaba en la Tierra. En segundo lugar, la educación. El concepto de ciudadanía, proveniente del jacobinismo revolucionario, es inculcado en la población desde etapas tempranas del crecimiento, generando el orgullo de pertenecer a una nación, servirla y cuidarla. Un orgullo que, dependiendo de la situación social, puede ser de carácter excluyente o integrador. Es, por lo tanto, el Estado, mediante el monopolio de la educación, el gran promotor del patriotismo. Sin embargo, la primera vez que se le otorgó sentido político a la patria fue durante el último período del siglo XVIII, donde, según James Boswell, el líder independentista corso era llamado “Il babbu di a patria” (el padre de la patria). Son famosos también los autoproclamados “patriots”, colonos norteamericanos contrarios a la Corona británica y partidarios de la independencia de las colonias, término que adoptarían los revolucionarios franceses, ya no con sentido separatista sino, en un primer momento, con un significado antimonárquico, desligando el vínculo de la sociedad con el rey, para unirlo así con la nación, con la República. A finales del siglo XIX, y ya entrado el siglo XX surgió el nacionalismo al que solemos apelar en la actualidad. En este caso se generaron divergencias frente al concepto de nación entendido por los liberales (nación de ciudadanos, con soberanía e igualdad ante la ley, siguiendo la línea de Anderson), para acercarse al concepto de “identidad cultural”, de un mayor carácter romántico. En la práctica, esta nueva comprensión de ciudadanía nacional se llevó a cabo a través de los Estados-nación. Éstos, considerados como el culmen de la modernización del Estado, se desarrollaron tras la fragmentación de los antiguos imperios, consiguiendo progresivamente la homogeneización de su población en cuanto a valores culturales, tradición e intereses económicos. Por supuesto, y como se ha explicado previamente, fue la burguesía la que llevó a cabo esta conversión estatal, creando así un vínculo abstracto interclasista en el sentido ideológico, y no tan abstracto, en el sentido económico, que unía al mundo obrero con la clase capitalista, es decir, el fomento del sentimiento nacional. Es bien sabida la decepción que se llevaron los comunistas franceses y alemanes al ver a sus simpatizantes marchando, rifle en mano, al frente de Bélgica comenzada la Gran Guerra. Esto es un significante de que la actuación de los Estados europeos en cuanto a la nacionalización de sus gentes fue un éxito, consiguiendo que los obreros miraran más por su bandera antes que por su clase. Sin el patriotismo, no habría forma de que las autoridades lograran convencer a tal masa de jóvenes de armarse contra los proclamados enemigos de la nación, enemigos dictaminados por la circunstancia. “Cuando los ricos se declaran la guerra, son los pobres los que mueren.” (Jean-Paul Sartre). Aun así, diversos escritores no han dejado de remarcar la diferencia entre patriotismo y nacionalismo como algo gradual. Por ejemplo, George Orwell, nada más acabada la Segunda Guerra Mundial, en su escrito “Notes on Nationalism” argumentaba: “el nacionalismo no debe ser confundido con el patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y por una particular forma de vida (…) que no se quiere imponer (…); contrariamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder”. [II] En efecto, el gobierno toma sobre sí la tarea de proteger, en mayor o menor grado, la vida de los ciudadanos contra ataques directos. Reconoce y legaliza un cierto número de derechos primordiales, y de usos y costumbres, en forma de concesiones para generar dicho vínculo social. El ordenamiento estatal organiza y dirige algunos de los servicios públicos, sean hospitales, correos, higiene pública y hasta se postula como el defensor de los pobres y débiles. Pero basta con observar el cómo y el por qué para obtener la prueba de que estas acciones están inspiradas en el espíritu de engrandecimiento y perpetuación de la propia estructura estatal. “La ley -dice Kropotkin- ha utilizado los sentimientos sociales de las personas para hacer cumplir, con los preceptos de moral que la persona ha aceptado (provenientes de la educación), órdenes útiles a la minoría de los expoliadores, contra las cuales él se habría, seguramente, rebelado”. Kropotkin culpa al Estado, tenga las características que tenga, de realizar la labor de alienar a la población con valores morales, sin los cuales la sociedad, dentro del paraguas estatal, parecería no poder funcionar eficazmente. Sin una serie de intereses comunes, en torno a la nación, a la patria, o en general, al Estado, parece que no puede existir sociedad. Se comprende el hecho de que haya cierto aprecio, cariño o buenos recuerdos del lugar de crianza, pero de eso a morir por él hay una gran diferencia ¿Exactamente qué es lo que se está defendiendo tan fervientemente al morir por la patria? ¿Serán valores, costumbres o tradiciones? Pero éstos no dependen de la nacionalidad para ser adoptados, sino de la consciencia y educación de la gente. ¿Serán los habitantes? Pero los habitantes pueden vivir igualmente en otra locación geográfica, ya que no están inherentemente atados a una región. ¿Serán los bienes materiales o recursos naturales? Puede ser, aunque morir por objetos físicos no es muy honorable. Es por eso por lo que esta construcción artificial, abstracta, que ha creado el ser humano a lo largo de la historia: el “país”, “nación”, llega a ser contraproducente de cara a asimilar el hecho de la interdependencia del ser humano. Esta ficción es utilizada por la estructura estatal para manipular la conciencia de la gente y asegurarse así también el control de recursos estratégicos frente a las demás entidades abstractas estatales que juegan en la misma arena. Debemos alejarnos de todo aquello que genera segregación, y entender que -parafraseando a Carl Sagan- la Tierra es un sólo organismo, y un organismo en guerra consigo mismo está condenado a la perdición. Redactado por Jorge Leal. LISTA DE REFERENCIAS
[I] Eugen Weber, Peasants into Frenchmen: The Modernization of Rural France, 1870-1914 (Stanford, Calif: Stanford University Press, 1976). [II] “Notes on Nationalism,” The Orwell Foundation, accessed January 7, 2020, https://www.orwellfoundation.com/the-orwell-foundation/orwell/essays-and-other-works/notes-on-nationalism/. BIBLIOGRAFÍA The Orwell Foundation. “Notes on Nationalism.” Accessed January 7, 2020. https://www.orwellfoundation.com/the-orwell-foundation/orwell/essays-and-other-works/notes-on-nationalism/. RAE. “Definición de Estado nación - Diccionario del español jurídico - RAE.” Diccionario del español jurídico - Real Academia Española. Accessed January 6, 2020. https://dej.rae.es/lema/estado-naci%C3%B3n. ———. “Definición de nación - Diccionario del español jurídico - RAE.” Diccionario del español jurídico - Real Academia Española. Accessed January 6, 2020. https://dej.rae.es/lema/naci%C3%B3n. Weber, Eugen. Peasants into Frenchmen: The Modernization of Rural France, 1870-1914. Stanford, Calif: Stanford University Press, 1976. Kropotkin, Piotr. Conquista Del Pan, La. Madrid; La Laguna (Tenerife); Buenos Aires: La Malatesta Editorial, 2010. Malatesta, Errico. La Anarquía. Dialectics, 2014. Suspiros de España - Xosé M. Núñez Seixas | Planeta de Libros. Accessed January 6, 2020. https://www.planetadelibros.com/libro-suspiros-de-espana/273094.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará una vez que se apruebe.
Deja una respuesta. |